Joseph Whitfield
En las regiones rurales de Estados Unidos, el mensaje que escuchamos es este: vete y estudia. Vete de este pueblo y haz algo con tu vida. El éxito y las oportunidades se encuentran en otro lado. Vete. Anda.
Después de graduarme de KIPP en Helena, Arkansas, también yo me fui.
Fui a Colby College en Maine. Yo había visitado la escuela de antemano, así que sabía en qué me estaba metiendo. Sabía que había un clima diferente. Tenía idea de las diferencias en la atmósfera socio-económica. Pero yo quería esforzarme y salir de mi zona de confort. ¿Y sabe qué? Definitivamente me encantó el tiempo que estuve ahí. Pero hubo una cosa que me tomó por sorpresa: la falta de representación rural. La mayoría de los estudiantes en Colby venían de grandes ciudades: Nueva York, Boston, Los Ángeles, San Francisco. Y cuando platicaba con esos estudiantes –dentro o fuera de clases– casi siempre nos enfocábamos en los problemas a los que se enfrentan las grandes ciudades del país. En mis clases de pedagogía, siempre era “lo urbano por aquí” o “lo urbano por allá”.
Era como si no existieran los pueblitos rurales de Estados Unidos.
Y este sesgo urbano no solo se daba en los planteles universitarios. Hace unos años fui a una conferencia de educación y un destacado político –alguien que había estado a la vanguardia de la reforma educativa– iba a pronunciar el discurso de honor. Yo fui elegido como parte de un grupo pequeño que se iba a reunir con él. Y ahí estábamos, cinco o seis personas en un salón, y yo le pregunté: “¿Qué opinión tiene de la situación de la educación rural?” Y ese político, ese hombre que tanto había hecho por la innovación educativa, se quedó sin palabras. Literalmente no pudo responder.
Nunca olvidaré ese momento. Eso revela una verdad más grande. Los pueblos como el mío, las experiencias como la mía, están a los márgenes de la narrativa nacional.
Yo no quiero contribuir a esa tendencia de exportar talento y recursos a nuestras grandes ciudades; a la mentalidad de abandonar los pueblitos para jamás regresar. Yo quiero echar en reversa ese movimiento.
Quiero subirme a los techos y gritar: “¡Mírennos! ¡No nos dejen! ¡Hay talento en el mundo rural! ¡Hay oportunidades en el mundo rural!” Pero para que la gente lo crea, tiene que verlo. Así pues, hace año y medio, después de graduarme de Colby, yo regresé al lugar que me había dado tanto.
Ahora es mi turno de ayudar a los estudiantes más jóvenes. Helena es mi hogar. Y vale la pena invertir en mi hogar. ¿Y sabe qué? Ahora soy profesor de sexto año en KIPP Delta.
Así que encontré oportunidades en una zona rural de Estados Unidos.